lunes, 23 de abril de 2012

LAS CAMPANAS



Copas de bronce de las Iglesias cuyos badajos acompasan el ritmo hacia modernos sistemas electrónicos.

Todo hace pensar que después del año 2000 no habrá campanas muy activas en las Iglesias de Ciudad Bolívar y del interior del estado, sino algunas de reliquias o muestras de un tiempo que fue y ha dejado de ser en razón de los cambios propios de la contemporaneidad. En vez de campanas y campanarios, seguramente, otros sistemas de la tecnología cibernética en constante exploración, harán las veces para llamar a los feligreses, recordarles dar gracias a Dios, doblar a los difuntos, alzar la misa y repicar el  aleluya.
En Ciudad Bolivar, donde existen numerosas campanas, varias de las cuales forjadas en el siglo diecisiete e introducidas por los misioneros españoles que iniciaron su entrada a Guayana por las bocas del Orinoco, rara vez se sienten si es que alguna vez el sacristán tira del badajo. Mientras mayor es el crecimiento de la Ciudad menos se oyen sus campanas, aun cuando las torres o campanarios sean de la altura del Empire State.
Tratando de ponerse en sintonía con los avances de la ciencia en materia de sonidos, el Deán de la Catedral, los padres capuchinos y las Hermanas del Santísimo, entre otros,  colocaron en sus respectivas Iglesias  un sistema electrónico, con cintas magnetofónicas, que virtualmente llenan con proyección mayor, las funciones de las tradicionales campanas.
Este sistema además tiene la ventaja de prescindir del campanero y poder reproducir los sonidos de famosas campanas como las del Carrillón de Rouen y Catedrales españolas de León, Toledo o Burgos. Solamente hay que presionar un botón o manipular el dispositivo de un amplificador para que los altavoces ubicados en las torres hagan las veces de las clásicas copas de bronce que aún alegran los días de muchos pueblos humildes, pero no así ahora los de la capital bolivarense y otras ciudades de Venezuela tan crecidas que ya no pueden oír, no solo por razones de distancia sino por los ruidos peculiares de la sociedad industrial, un Carrillón si lo hubiera, ni siquiera la más grande campana del mundo, la del Kremlin, si aquí estuviese, ni mucho menos la de Pekin, que según dicen pesa 58 mil kilogramos y mide dos metros de altura.
La pregunta de todos los días es si habrá campanas después del año 2000, porque ya los campanarios de nuestra grandes y populosas ciudades se están poniendo tristes. El badajo se mueve con pereza y el sacristán ha perdido la prisa.

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