domingo, 22 de abril de 2012

CANAIMA







Novela de la selva que escribió Gallegos guiado por un baqiano de Ciudad Bolívar llamado Rafael Lezama

En Ciudad Bolívar vivió un abuelo que sirvió de baquiano a Rómulo Gallegos durante trece días. Baquiano por los caminos de las vivencias, por los caminos de la memoria y de la realidad que cruzan la intrincada selva de Guayana con todos sus personajes, aventuras, mitos y leyendas. Se llamaba Rafael Lezama.
Gallegos llegó a Ciudad Bolivar en febrero de 1931, invitado por el Presidente del Estado, doctor José Jesús Gabaldón, y el Secretario General de Gobierno, el ingeniero upatence Toribio Muñoz. Entonces le fue presentado a don Rafael Lezama, ganadero metido en el negocio y explotación del balatá. Gallegos quería escribir una novela de la selva para plantear la lucha de la barbarie y la civilización con un personaje central que resumiera el carácter y temperamento de todos sus principales personajes literarios.
Trece días fueron suficientes para que Rafael Lezama suministrase al ilustre novelista venezolano todo el material informativo necesario y poder escribir más tarde, entre Nueva York y España, la novela de la selva, considerada junto con “Cantaclaro” la mejor de su producción y la que seguramente escribió con mayor libertad y emoción.
Debido a esa circunstancia, algunos analistas de la obra literaria gallegiana conjeturan que Rafael Lezama seguramente inspiro a Gallegos el personaje de Manuel Ladera, hombre generoso y bueno, amigo y protector de             Marcos Vargas, pero acosado por uno de los Ardavin  (José Francisco) y muerto por la mano artera y sanguinaria del Cholo Parima, el mismo que habrá de ultimar más luego Marcos Vargas para vindicar la muerte de su hermano “La noche en que los machetes alumbraron el Vichada”.
Canaima es la divinidad del mal que le disputa a Cajuña, el bueno, los dominios de la selva y Marcos Vargas el centro vital de la novela. Marcos Vargas es el hombre que abandona la Ciudad para internarse en el mundo de Canaima y de Cajuña y quien al final se deja arrastrar por la vorágine hasta confundirse con la selva en un grito que espanta y abisma. Marcos Vargas, poseído de un demonio interior, desciende, desciende al fondo de su propio origen hasta encontrarse asimismo. Al final se dará cuenta que él es de allí, de lo primigenio, de lo telúrico, de donde es el cacique Ponchopire, el padre de Aymará, madre del nuevo y mestizo Marcos Vargas, el que regresa a la ciudad prendido en la esperanza de Tupuquén.             



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