miércoles, 18 de abril de 2012

El guaikeri de la Isla de Coche que acompañó a Humboldt





Carlos del Pino se llamaba el indio guaikerí que acompañó a Humboldt y a Bonpland durante su exploración científica por Venezuela


Este era un indio de la raza guaikerí, vigoroso y fuerte como todos los hombres del mar, que desde niño soñaba con ir más allá de la Isla de Coche y de las costas de la Nueva Andalucía, pero su piragua hecha con el robusto tronco de un árbol no podía remontar las olas altas como los barcos españoles que desde 1492 llegaban por aquellos mares.
             ¡ Si alguna vez pudiera yo penetrar el horizonte desde la jarcia de uno de esos     barcos! - soñaba Carlos del Pino que así se llamaba aquel indio guaikerí de piel cobriza, sagaz observador y siempre desnudo hasta la cintura.
            La mañana del 15 de julio de 1799 cuando iba de patrón en su piragua con varios de su raza a buscar madera de construcción en los bosques de cedro que se extiende desde el Cabo de San José hasta más allá de la desembocadura del río Carúpano, sin más bastimento que cocos y pescado frescos, observó que un barco español fondeaba cerca de la Isla de Coche, izaba el estandarte de Castilla y lanzaba cañonazos.
            Temeroso y sin saber de qué se trataba, en vez de huir como lo hacían otras piraguas, Carlos del Pino puso proa hacia la corbeta.
            Era el “Pizarro” donde viajaban hacía 40 días, desde el puerto de la Coruña en España, los naturalistas Alejandro de Humboldt y Bonpland, a los cuales le llamó la atención aquella pequeña isla baja con médanos enclavados, aparentemente deshabitada y llena de cactus cilíndricos, semejantes a candelabros.
            Como las sondas habían indicado poca profundidad, no desembarcaron sino  que escudriñaron  la isla a través del catalejo. Así que luego de varias horas levaron anclas y navegaron hacia el Oeste, rumbo a Cumaná. A bordo iba el indio Carlos del Pino. Había abandonado a sus compañeros para desde las jarcias de una corbeta realizar el sueño de ver el horizonte verde donde quedaría para siempre.
            En el trayecto el indio entretenía a Humboldt y a Bonpland con relatos de su tierra. De esta manera se enteraron de que a pocas millas de la costa existía una faja de tierra montuosa y fría, habitada por españoles y de que en las llanuras viven dos especies de cocodrilos así como boas, anguilas eléctricas y varias especies de jaguares. Humboldt comenzó a despertar su extraordinaria curiosidad por las maravillas del país que comenzaba a visitar.
            Le inspiró el indio tanta confianza y sabiduría que se lo llevó consigo de ayudante por todo su recorrido recolectando plantas y animales, estudiando y analizando el calor, el contenido magnético y eléctrico de la atmósfera, determinando longitudes y latitudes geográficas, midiendo montañas e investigando al fin todo el poder viviente de la naturaleza.
            Para todo venía muy bien, en una u otra tarea, el indio Carlos del Pino que de lobo de mar se veía de pronto convertido en alumno de la ciencia. Acostumbrado al viento franco y a la inmensidad del mar, le parecía muy poca cosa aquellos ríos, sin embargo, experimentaba cierto sobrecogimiento por las selvas presintiendo como mal augurio que sería al fin atrapado por ella.
            Por eso, luego de varios meses de recorrido, quería dejar atrás el Apure, el Orinoco, el Atabapo, Río Negro y el Casiquiare para retornar pronto al mar con los suyos, pero tal como lo presentía, llegando a la Angostura del Orinoco, la malaria comenzó a minar su cuerpo y la miel mezclada con extractos de quina no pudo, como a Humboldt y Bonpland, salvarle la vida. Murió a los ocho días de haber llegado a aquel puerto fluvial de la colonia gobernado por don Felipe Inciarte. De Carlos del Pino nunca más se supo en la tierra de los guaikeríes. Se quedó para siempre sembrado en Angostura el indio que renunció al mar para descubrir  el horizonte insondable de la selva.
  


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