miércoles, 19 de junio de 2013


HUYAPARI
© Américo Fernández
I.S.B.N.: 9 80-6482-03 -4
Depósito Legal: LF0852001800288
Diagramación e impresión:
Tipografía y Litografía Horizonte C.A. Barquisimeto - Estado Lara - Venezuela
Segunda Edición Tiraje: 500 ejemplares
Derechos Reservados.
Prohibida la reproducción parcial o total sin autorización del autor.
Impreso en Venezuela - Printed in Venezuela

jueves, 26 de abril de 2012

HUYAPARI

Américo Fernández
Ciudad Bolívar - 2001
Segunda edición - 500
ISBN 980-6482-03-4
Depósito Legal ISBM LF0852001800288
Impresión: TIPOGRAFIA HORIZONTE C.A.
Barquisimeto – Estado Lara

            Huyapari –el nombre antiguo y eterno del Orinoco-  es el título de esta obra que será de gran ayuda para los niños y jóvenes ávidos de conocer la luz de las cosas sencillas y preservar nuestra memoria histórica.  Una pequeña barca cargada de voces, donde está el quehacer de los hombres, el nacimiento de las ciudades, el fluir de las aguas, de las tradiciones y los metales.
         Huyaparí contiene, en pequeñas crónicas, el relato de los distintos hechos que nos permiten conocer la historia de Guayana. Tradiciones,  folclore y sucesos importantes de una tierra con sabor a aventuras.  Y la actividad alucinante de una generación que nos hizo sentir el íntimo orgullo de nombrar la palabra patria.
       El misterio y ritual de los bailes y música; las piedras que nutrieron  el espacio donde soñaríamos; los ecos de la batalla; el preciso y  emocionado  día cuando los barcos entraron a las aguas minerales del Orinoco; la flor que conversa con el silencio de la selva. Todo está dicho aquí. Y sentimos el imán de una prosa inquieta y minuciosa, límpida como los diamantes del Caroní.
       Nos encontramos, una vez más, con una obra de Américo Fernández, quien sabe que el universo es un instrumento complejo y delicado. Un ámbito lleno de correspondencias y misterios cotidianos, en el cual las cosas más elementales tienen una dimensión a la que sólo los cronistas como él, saben darle sentido de trascendencia

José Quiaragua  Pinto

                                                             Caracas 1989















INVITACION



Los invito, queridos amigos, a pasar unos días en Guayana que ha deslumbrado al mundo durante más de 400 años. Es una tierra inmensa, la más inmensa, llena de selva  y con árboles tan grandes que parecen rozar el cielo y donde los pájaros de todos los cantos y colores prefieren detener su vuelo porque se sienten felices de estar siempre todo el tiempo sobre las copas.
Tierra del sur dominada por los ríos más caudalosos y torrentoso de Venezuela. Unas altiplanicies labradas por el tiempo llamadas tepuyes  desde donde también brotan cataratas que saltan como ángeles. Tierra de magia donde la luz y el agua juegan la guacamaya pintada de arcoiris. Tierra de lagos y lagunas como Canaima alimentada por cascadas, con arenas doradas y morichales sumergidos; como Gurí, ola magnética y rugientes desafiando con su fuerza descomunal la claridad del día.
Tierra del oro, del hierro y del diamante, de aguas corriendo sobre lechos de jaspe, de arcilla de variadísimos ocres. Tierra donde se forja el acero con el cual se construye la nueva Venezuela.
Tierra de fuego y alma, donde la gente se desvive, trabaja y canta a garganta limpia como el negro juglar Alejandro Vargas de Ciudad Bolívar, o como la negra Isidora  de El Callao, reminiscencia antillana que baila calípso con cuatro y tambor, rallo y bunbac. Donde la gente come domplin, el calolú, el banán  pilé y el yinyabie después de bregar los túneles en busca del oro que huye de la claridad del sol.
Tierra de Ciudad Bolivar, la vieja Angostura, de donde la historia se nos mete por los ojos con sus casas escalonadas sobre cerros que miran las toninas que pasan por el Orinoco. Casas altas de azoteas y grandes ventanales como la de San Isidro donde vivió Bolívar, la del Congreso de Angostura donde habló de libertad y la del Correo del Orinoco desde cuyas páginas combatió el vasallaje colonial.
Guayana es, amigos, una inconmensurable isla rodeada de mar, de río y de selva, con una Catedral  airosa y una torre debajo de la cual cayó Manuel Piar con la esclavina rota y donde sepultado está Monseñor García  Mohedano, el prelado que introdujo el café en la provincia de Caracas.

ORINOCO

Padre y señor de todos los ríos
El río más grande de Venezuela se llama Orinoco.  Así lo denominaban los indígenas que poblaban sus riberas cuando aquí, por primera vez, llegaron los conquistadores y colonizadores españoles.
Exactamente los aborígenes no le decían  Orinoco  sino Urinoku y creían que era la obra de un ser mitológico que ellos veneraban como Amalivacá; un hombre, semejanza de dios que llegaba a su lujuriosa tierra, procreaba y luego tomaba su curiara  y se iba al otro lado del horizonte alentando en el alma colectiva del indio, la esperanza del retorno.
Cristóbal Colón nunca oyó mencionarlo porque prefirió pasar de largo frente a sus bocas inmensas que confundió con las del  río Ganges. Claro, él navegaba desde hacía  meses en busca de las indias. Llegó el Almirante, incluso, hasta especular sí acaso no sería, por lo majestuoso, el río del Paraíso Terrenal.
Fue, dicen las crónicas de aquella época de la conquista, un historiador de nombre González Fernández de Oviedo y Valdés, que existió entre 1478 y 1557 y desempeño cargos importantes en América, quien lo mencionó de primero por su nombre aborigen “Orinoco” en su libro:  “ Historia Natural y  General de las indias, Islas y tierra Firme del Mar Océano.”
Pero el Orinoco no era para entonces todo el curso del río en sus 2.600 kilómetros, es decir, de la Parima  hasta su desembocadura en el Atlántico, sino que Orinoco o Urinoku se llamaba desde Caroní hasta Arauquita.  Uriaparia le decían los indígenas y también los españoles a la parte del río comprendida desde el mar hasta la confluencia del Caroni;  Barrúan, desde el Arauquita hasta los Raudales de Artures y Basáua   hasta la zona de los Guahibos.
Juan de Castellano, un historiador y poeta español que vivió más de 80 años entre los siglos XVI - XVII y quien escribió el poema más largo redactado en castellano bajo el título de “Elegías a varones ilustres de indias”, lo llamó Uyapar..

Al Río Orinoco también en la época de la conquista se le conoció con los nombres de Huyapari, como el nombre de este libro.  Asimismo, como Viapari y Uruapari. Pero al fin predominó su nombre autóctono de Urinoku con la variación gramatical moderna de Orinoco, sin perder su etimología primitiva de Ori, confluencia y noco, lugar (lugar de confluencia).   

EL ORINOCO ES UNA GOTA DE AGUA

Es una gota apenas como el ojo de un pájaro

El hombre atraído por el misterio de su origen  ha ido más allá de lo aparente. Roto barreras y sumergiéndose en profundidades casi eternas.
Sin embargo, su origen, el origen de la humanidad como el del universo sigue siendo un secreto  insondable. En cambio, ha tenido satisfacciones al descubrir el comienzo de otras cosas.
Por ejemplo, descubrir los ríos desde que nacen hasta que se pierden en el mar o en el caudal de otros ríos o de un lago, ha sido siempre una constante en el hombre, tal vez, por que en ese discurrir del agua encuentre el símbolo más sugerente de su existencia:
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”.
Canta en su copla el poeta de la madre patria, Jorge Manrique, mientras en ella se engarza el verso de Miguel Otero Silva estrujado por el impenetrable arcano que pone fin a la existencia:
“!No! No es posible vivir como los ríos cantando entre laderas y lirios o entre grandes peñascos o ramajes tronchados sin presentir la mar que los espera”.
Rómulo Gallegos, al entrar a Canaima por las bocas del Orinoco  y a medida que el serviola de estribor va con el escandallo sondeando el lecho del estuario, encuentra la misma semejanza vital del río con el hombre:
“El río niño de los alegres regatos al pie de la parima, el río joven de los iracundos bramidos de Maipures y Atures, ya viejo y majestuoso sobre el  vértice del Delta, reparte sus caudales y despide sus hijos hacia la gran aventura del mar”.
José Sánchez Negrón, asiste al parto y deja en su libro “Los Humos  las voces” el mejor testimonio del alumbramiento:
“Es la hora del primer vagido. Es el instante inmediato y previo puesto como el oído de un niño sobre la puerta de la vida y nada hay ni siquiera el nombre que la luz pondrá sobre la frente del río cuando asome. El silencio está quieto y crece y se levanta como una cruz enorme pero emerge el grito. Y los ángeles se asustan y no saben qué hacer con el silencio roto entre las manos. El río. El río interminable”.
Pero lo que más asombra es que esa gran masa de agua libre y que se encrespa, sea en sus inicios una simple gota de agua, un vagido, el ojo de un pájaro, apenas una ínfima gota de rocío:
“Al comienzo. Al principio ¿Qué fue el Orinoco sino una gota de agua brotando de la tierra o cayendo del viento?”.
Interroga en su poema Carlos Augusto León mientras que Andrés Eloy Blanco al invitar a la aventura en su canto al Orinoco no deja de advertirlo:
“Vamos a embarcar, amigos, para el viaje de la gota de agua. Es una gota, apenas, como el ojo del pájaro”.



miércoles, 25 de abril de 2012

EL DIAMANTE DE BARRABAS

El viento se lo llevó

            Siempre hemos oído hablar del Diamante de Barrabás. A decir del vulgo, era  algo así como una pera, pero realmente no era tal sino más pequeño y pesaba 155 quilates (31 gramos).
Barrabas era un negro alto y fibroso que nació en El Callao cuando aún Gómez  mandaba en Venezuela  (1929). Pero su verdadero nombre es el de Jaime Teófilo Hudson, nombre inglés por la procedencia trinitaria de sus padres.
Cuando tenía 25 años,  “ Barrabás” que así lo llamaban no sabemos por qué, no era un hombre feroz sino tranquilo, aventuraba en la búsqueda de diamantes en los placeres otrora famosos de El Polanco, en el río Icabarú de la gran sabana. Un buen día cuando relavaba  los desechos del material diamantífero, se le apareció como milagro la piedra preciosa más grande que minero venezolano alguno haya encontrado desde que se explota el diamante en el país.
El diamante de Barrabás resulto ser el más grande de Venezuela y uno de los más bellos del mundo. Era realmente de una gran pureza y cuando los compradores internacionales supieron del hallazgo, llegaron hasta la Gran Sabana y compraron a Barrabás el diamante por un precio inferior al real y del cual sólo correspondió al minero 68 mil bolívares. Más tarde fue vendido a la casa Harry Wiston de Nueva York por más de medio millón de bolívares. La piedra fue fraccionada en una impresionante ceremonia por el experto gemólogo  mundial Adrián Gracelli y se informó que dos de sus partes fueron vendidas en cinco millones de dólares.
Barrabás, con lo poco que le tocó de lo mucho que valía su diamante, perdió el sentido de la realidad y se dedicó a una vida de mujeres y dispendio.  Finalmente, explotó un bar llamado  “La Orchila”, donde los buscadores de diamantes cuando visitaban el bar y se entusiasmaban, entonaban frente al negro de El Callao este melancólico estribillo:           “El diamante  de Barrabás... el viento se lo llevo”.  


           
           

SIMON, EL FAROLERO DE ANGOSTURA


Se quedó dormido para siempre bajo la sombra de una Ceiba

Nadie sabe a ciencia cierta cuándo comenzaron a prenderse los faroles en la bella y empinada Ciudad de Angostura del Orinoco. Sólo se recuerda que en tiempos del dictador Juan Vicente Gómez llegó a la capital guayanesa un Presidente  (entonces  así se llamaba el Gobernador de Estado) y apagó para siempre los faroles y sus esqueletos sin luz quedaron desde 1911 como símbolo transitorio de un tiempo hermoso, romántico y apacible.
La luz mortecina del farol alimentada con kerosene y aceite de tortuga alumbró durante muchas décadas a esta Ciudad Histórica que ahora ostenta grandes bombillas y luces de neón en sus calles y avenidas.
El kerosene y el aceite de tortuga dejaron de tener demanda desde  que el fluido eléctrico nos invade, generado por plantas de vapor combustionadas con carbón antracita y leña después seguida de  gas pobre, gasoil, petróleo, gasolina y hoy por potentes turbinas empotradas en el dique que en Gurí represa las agua torrentosas del Caroní.  Turbinas que generan luz y fuerza por toda Venezuela.
Angostura o Ciudad Bolivar no necesita ahora de los servicios de don Arturo Montes, el latonero de la calle Venezuela que fabricaba faroles, ni de los servicios del rollizo Simón Rivas, de Perro Seco, que desde las cuatro de la tarde hasta avanzada la noche iba de esquina a esquina con su escalera en el hombro prendiendo los faroles.
Simón era como el farolero del quinto planeta de Saint Exupéry que cuando prendía cada farol era como si hiciera nacer una estrella o una flor y cuando la apagaba era como si durmiera la flor o apagara la estrella. Cumplía bien su consigna de ¿ Buenas Noches?   ¿Buenos Días?  También un pañuelo rojo de cuadros  con el que se enjugaba la frente, porque su trabajo era muy agitado debido a que la Ciudad iba cada vez más deprisa  Al fin, Simón, murió de pena cuando un día se quedó dormido bajo la sombra de una Ceiba, despertó y vio que su escalera ya no servía para nada.
En estos días de lluvia, tormenta y apagones, cuando la Ciudad queda  envuelta en tinieblas y la gente asegura bien las puertas de su casa alumbrándose con velas y linternas, los niños al asomarse a las ventanas ven entre los árboles, pasar el fantasma hecho luciérnaga de Simón, el farolero de Angostura.