jueves, 26 de abril de 2012

EL ORINOCO ES UNA GOTA DE AGUA

Es una gota apenas como el ojo de un pájaro

El hombre atraído por el misterio de su origen  ha ido más allá de lo aparente. Roto barreras y sumergiéndose en profundidades casi eternas.
Sin embargo, su origen, el origen de la humanidad como el del universo sigue siendo un secreto  insondable. En cambio, ha tenido satisfacciones al descubrir el comienzo de otras cosas.
Por ejemplo, descubrir los ríos desde que nacen hasta que se pierden en el mar o en el caudal de otros ríos o de un lago, ha sido siempre una constante en el hombre, tal vez, por que en ese discurrir del agua encuentre el símbolo más sugerente de su existencia:
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”.
Canta en su copla el poeta de la madre patria, Jorge Manrique, mientras en ella se engarza el verso de Miguel Otero Silva estrujado por el impenetrable arcano que pone fin a la existencia:
“!No! No es posible vivir como los ríos cantando entre laderas y lirios o entre grandes peñascos o ramajes tronchados sin presentir la mar que los espera”.
Rómulo Gallegos, al entrar a Canaima por las bocas del Orinoco  y a medida que el serviola de estribor va con el escandallo sondeando el lecho del estuario, encuentra la misma semejanza vital del río con el hombre:
“El río niño de los alegres regatos al pie de la parima, el río joven de los iracundos bramidos de Maipures y Atures, ya viejo y majestuoso sobre el  vértice del Delta, reparte sus caudales y despide sus hijos hacia la gran aventura del mar”.
José Sánchez Negrón, asiste al parto y deja en su libro “Los Humos  las voces” el mejor testimonio del alumbramiento:
“Es la hora del primer vagido. Es el instante inmediato y previo puesto como el oído de un niño sobre la puerta de la vida y nada hay ni siquiera el nombre que la luz pondrá sobre la frente del río cuando asome. El silencio está quieto y crece y se levanta como una cruz enorme pero emerge el grito. Y los ángeles se asustan y no saben qué hacer con el silencio roto entre las manos. El río. El río interminable”.
Pero lo que más asombra es que esa gran masa de agua libre y que se encrespa, sea en sus inicios una simple gota de agua, un vagido, el ojo de un pájaro, apenas una ínfima gota de rocío:
“Al comienzo. Al principio ¿Qué fue el Orinoco sino una gota de agua brotando de la tierra o cayendo del viento?”.
Interroga en su poema Carlos Augusto León mientras que Andrés Eloy Blanco al invitar a la aventura en su canto al Orinoco no deja de advertirlo:
“Vamos a embarcar, amigos, para el viaje de la gota de agua. Es una gota, apenas, como el ojo del pájaro”.



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