sábado, 31 de marzo de 2012

EL PRINCIPE DE LAS TINIEBLAS



Drácula, personaje tenebroso de novelas y películas que emociona y asusta a los niños, existió de verdad.

            Se llamaba Vlad, Vlas III, príncipe nacido en 1431 y decapitado posiblemente por los turcos en 1476.
            Sus restos fueron hallados en un monasterio de la Isla Snagov, a 40 kilómetros de Bucarest, por el arqueólogo rumano Dinu Rosetti.
            El lugar, cubierto de árboles y lagos, con sus orillas ocultas por altos juncos, es llamado Isla del Miedo y en la misma se dice que nunca se ha oído el canto de los pájaros. Miles de turistas la visitan todos los años, pero tan pronto empieza a ocultarse el sol no queda ni un alma.
            A Drácula, que en húngaro quiere decir hijo del diablo, lo pintan como un hombre fornido, de aspecto cruel y terrible, con una nariz larga y recta, rostro afilado y rojizo en el que sus enormes ojos verdes estaban enmarcados por espesas cejas negras.
            Sus súbditos o gobernados no lo llamaban como él mismo se bautizó “Drácula” sino “Tepes” que significa “empalador” (torturador), dado que su sadismo consistía en empalar (ensartar en un palo) a quien lo contradecía. Se calculan en decenas de miles las personas empaladas durante su reinado en el principado de Velaquia, hoy parte del territorio fronterizo de Bulgaria.
            Algunas pertenencias halladas junto a los restos de Drácula como el anillo, la hebilla y la capa, fueron depositados y se exhibían en el museo Histórico de Budapest, pero poco después desaparecieron de manera misteriosa.
            Lo de que Drácula chupara sangre a la gente como vampiro, es puro cuento, fantasía novelesca, para simbolizar, seguramente, lo cruel y sanguinario que era este legendario señor “Príncipe de las tinieblas”.

¿CUÁNDO NACIO BOLIVAR?



El límite entre un día y otro trae confusión en la fecha  natal del Libertador

            Sobre el sitio donde nació el Libertador no hay duda que fue  Caracas, en el inmueble ubicado entre las esquinas de San Francisco y Traposos.
            Donde ha surgido la duda es en el día, pues mientras la partida de Bautismo expedida en la Iglesia Metropolitana dice que fue el 24 de julio de 1783, en otros documentos se sostiene que fue a la una de la madrugada del 25 de julio.
            El Historiador Salcedo Bastardo, entre otros, ha hecho indagaciones sobre la cuestión y encontrado que hay una carta del mismo Libertador escrita el 24 de julio de 1820, dirigida a Santander, en la que expresa “mañana es día de mi cumpleaños”, lo cual confirman otras cartas de Sucre a Bolívar.
            En la del 20 de julio de 1827 desde Chuquisaca, Sucre le escribe a Bolivar “adiós, mi general, hasta el próximo correo, que usted tenga salud, ya beberé por ella una copa con mis amigos el 25 de este mes”; y el 24  de julio de 1829, desde Quito, Sucre le dice en otra de sus cartas al Libertador: “aprovecho la ocasión para felicitarlo, mañana es el cumpleaños de usted y el de la Batalla de Vargas. Mi familia se me asocia para desearle largos años de vida de felicidad y de gozo”.
            Llama la atención en este sentido una nota del periódico “El Sol de Cuzco” que da cuenta de una gran fiesta en la madrugada del 25 de julio de 1825 en homenaje a Bolivar que se hallaba en esa ciudad.
            Las Memorias de O’ Leary siembran igualmente dudas sobre el día exacto del nacimiento del Libertador cuando afirman basado en testimonios de sus familiares, que Bolívar nació en la noche del 24 al 25 de julio de 1783. Agrega para mayor duda todavía que durante el bautizo ocurrido en la Metropolitana de Caracas el 30 de julio de ese año, hubo una discusión entre el Padre y el Padrino de la criatura, pues Juan Vicente Palacios y Ponte insistía en su propósito de llamarlo  Simón  (Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar), mientras que Don Feliciano Palacios y Blanco, el Padrino, sostenía conforme a la costumbre que debía dársele el nombre del Santiago, Patrono de España, en cuya fecha había nacido, o sea el 25 de julio.

LOS PADRES Y HERMANOS DE BOLIVAR



El amor no tiene edad, la madre del Libertador era 32 años menor que su esposo


            Los Padres de nuestro Libertador Simón Bolivar fueron Don Juan Vicente Bolívar y Ponte, nacido en los valles de Aragua el 15 de octubre de 1726, y Doña María de la Concepción Palacios y Blanco, nacida en Caracas el 9 de diciembre de 1758. Como vemos era él 32 años mayor que ella. Ambos contrajeron matrimonio el primero de diciembre de 1773, es decir, cuando él tenía 47 años de edad y ella apenas 15.
            Don Juan Vicente Bolivar y Ponte era un hombre ilustrado y liberal, y en tiempos de la colonia llegó  a ser jefe del Batallón de Aragua y coronel de las milicias aragüeñas. Por su parte, Doña María de la Concepción Palacios y Blanco era, según las crónicas de la época, una mujer fina, delicada y distinguida.
            Ambos tuvieron cinco hijos, tres hembras y dos varones. La primogénita, Doña María Bolivar y Palacios, nacida en Caracas en 1777; Doña Juana María Bolivar y Palacios, nacida el 21 de Mayo de 1779; Don Vicente Bolívar y Palacios, nacido en 1781; Simón  José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar (El Libertador), nacido el 24 de julio de 1783 y María del Carmen, quien murió el mismo día de su nacimiento.
            Don Juan Vicente Bolívar y ponte, Padre  de El Libertador, murió el 19 de Enero de 1786, a la edad de 60 años y su esposa Doña María de la Concepción Palacios y Blanco, murió después el 6 de julio de 1792, a la temprana edad de 34 años. Por consiguiente, El Libertador tenía tres años de edad cuando perdió a su padre y 9 años cuando quedó totalmente huérfano al perder también a su madre.
            La hermana mayor de El Libertador, Doña María Antonia Bolívar y Palacios; se casó a los 15 años con su pariente Don Pablo Clemente Palacios y de ese matrimonio existe numerosa descendencia. Ella murió en Caracas el 7 de Octubre de 1842, a la edad de 65 años, 12 años después de la muerte de El Libertador.
            Doña Juana María Bolívar Palacios, hermana menor de El Libertador, se casó en diciembre de 1792 con Dionicio Palacios. Tuvo dos hijos, Guillermo, muerto en la guerra de la independencia en el combate de La Hogaza y Benigna. Murió el 8 de marzo de 1874, a la edad de 95 años.
            Don Juan Vicente Bolívar y Palacios, hermano mayor de El Libertador, no se casó pero dejo hijos reconocidos. Murió a la edad de 30 años en un naufragio del bergantín “Neri” acaecido en 1811.    
            Nuestro Libertador,  se casó con Doña María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza el 26 de Mayo de 1802 cuando él tenía 19 años de edad y ella 21. Pero infortunadamente, María Teresa falleció el 22 de Enero de 1803, a los 8 meses de haber contraído matrimonio. Lógicamente, Bolívar no pudo tener hijos de ese matrimonio ni tampoco los tuvo después. Él murió el 17 de diciembre de 1830, a la edad de 47 años. De los hermanos Bolívar resultó ser Juana María la más longeva seguida de su hermana mayor, María Antonia, con la que El Libertador tuvo mayor comunicación.





viernes, 30 de marzo de 2012

LA CASA DEL LIBERTADOR


En ella nació y vivió hasta los catorce años de edad

            Ya hemos hablado de la fecha de nacimiento de Simón Bolívar, de sus padres y hermanos. Hablemos ahora de la casa donde nació y la cual no es otra que la ubicada entre  esquinas de San Jacinto y Traposos.
            Este venerable inmueble declarado monumento público nacional guarda los recuerdos de la infancia del Libertador, muebles de la época y otras pertenencias como la biblioteca  y el archivo personal. En su patio se puede ver colocada la pila de la Catedral de Caracas donde fue bautizado el padre de la patria.
            Perteneció esta casa a los familiares del Libertador desde mediados del siglo XVIII. Mide su terreno 22.40 metros de frente por 50.60 metros de fondo. En ella nació y vivió Bolívar hasta la edad de 14 años cuando viajó a España llamado por su padrino y tío materno, Esteban Palacios, quien tuvo a su cargo la educación. Aquí recibió las primeras lecciones del Padre Andújar, de Don Andrés Bello, Miguel Sanz y de Don Simón Rodríguez.
            Una vez que Bolívar partió para España, la familia la vendió el 19 julio de 1806, en 7 mil pesos, a Don Juan de la Madriz. Muchas generaciones de esta familia de la Madriz vivieron y murieron en la histórica  casona de San Jacinto, hasta el año 1876 que pasó a ser propiedad del General Guzmán Blanco. Fue alquilada a comerciantes en víveres que provocaron su ruina hasta que unos venezolanos, entre ellos, Vicente Lecuna y Manuel Díaz Rodríguez fundaron la Sociedad Patriótica con el fin de recaudar fondos para comprarla y donarla a la Nación.
            El inmueble fue adquirido el 11 de octubre de 1921 por la suma de Bs. 114.326,60 y cuatro años después, comenzó su reconstrucción dispuesta por el Presidente Provisional de Venezuela doctor Márquez Bustillos.
            Hubo necesidad de construirla totalmente, desde los cielos rasos hasta los pisos. El costo total de los trabajos fue de Bs. 325.322,44, incluyendo el mobiliario de los siglos XVII, XVIII y principios del XIX. El pintor venezolano Tito Salas fue el encargado de la ornamentación de la casa.
            Cuentan las crónicas, que la última vez que estuvo Bolívar en su casa natal fue una tarde del año 1827. A su regreso del Perú. Don Juan de la Madriz y su esposa doña Teresa Madriz y Jerez de Aristiguieta y Bolívar, prima del Libertador, le obsequiaron un banquete al cual se presentó sin séquito vistiendo civilmente un traje de color negro.





MAESTROS DEL NIÑO SIMON


El Padre Andújar, Negrete, Miguel José Sanz Andrés Belló y Simón Rodríguez

            Para la época de Simón Bolivar, niño, la educación pública en  Caracas, que tendría unos 18 mil habitantes, era pobre al igual que en el resto de las provincias. Sin embargo, existía una Escuela Municipal de primeras letras y un seminario, el Santa Rosa, que luego fue transformado en la Universidad Pontificia. En el Seminario dictaban clases de primaria el padre capuchino aragonés Francisco Andújar y el Padre Negrete, quienes enseñaron las primeras letras al niño Simón.
            Bolívar también asistió a la Escuela Municipal y allí estudió bajo la guía de los maestros Guillermo Pelgrón y don Simón Rodríguez. Este último llegaría a ejercer una afinada influencia en la formación del muchacho.
            Don Andrés Bello le dio clases particulares y de esto da testimonio el propio Bolívar en una carta enviada a Santander en la que cuenta pasajes de su infancia: “Mi madre y tutores hicieron lo posible para que yo aprendiese; me buscaron maestros de primer orden en mi país. Robinson (seudónimo de Simón Rodríguez) que usted conoce fue mi maestro de primeras letras; gramática, bellas artes y geografía, nuestro famoso Bello”.
            Miguel José Sanz, jurisconsulto, filósofo, político y literato valenciano, llamado el “Licurgo Venezolano” y quien murió decapitado en Maturín (1814) por los realistas, fue asimismo maestro de Bolívar mientras éste vivió en su casa durante dos años. Sanz era entonces administrador de una rica herencia legada al joven Bolívar por su pariente don Félix Aristiguieta.
            Don Simón Rodríguez era amanuense de Feliciano Palacios, abuelo materno de Bolívar y en la casa de éste posiblemente comenzó ese trato o relación providencial entre el maestro y el niño. Pero va mucho más allá ese trato cuando Bolívar se hace alumno suyo en la Escuela Municipal y más tarde - tenía 12 años y era totalmente huérfano - cuando con motivo de un grave incidente surgido con uno de sus tíos, fue confiado por la Municipalidad a Rodríguez, quien lo aceptó como interno en su casa por un tiempo.
            Bolívar se las llevó siempre muy bien con su Maestro Simón Rodríguez, quizá, por la forma diferente como éste enseñaba. El maestro Rodríguez siempre estuvo en desacuerdo con las normas tradicionales de la enseñanza. Él era amable en su trato con los alumnos, les daba seguridad y confianza y hacía que aprendiesen directamente de las cosas.
            Ya egresado de la escuela, casado y prematuramente viudo, Bolívar vuelve a encontrarse con su Maestro Simón Rodríguez, no en Venezuela, sino coincidencialmente en París. Juntos, entonces, recorrieron varios países de Europa. Confrontaron sus ideas, leían, estudiaban, y pensaban siempre con fricción y a la luz de otras realidades en los pueblos colonizados de América. Y estando en Italia, Roma, ocurrió algo maravilloso, profético, Bolívar juró ante dos grandes testigos, el Monte Aventino y su maestro, romper las cadenas que oprimían la libertad en América.


PRIMER VIAJE DE BOLIVAR



Tenía 16 años cuando salió por primera vez fuera de su patria.

Fue un viaje accidentado y lo hizo, por supuesto, en uno de los barcos de vela de la época que zarpaban periódicamente de la Guaira hacia España haciendo escala en la Habana y otros puertos de las Antillas. El viaje era penoso por la distancia y tardaba unos cuantos días, pero como se trataba de su primer encuentro con lo que estaba más allá separado por el océano, Bolívar lo disfrutó plenamente.
            Ya no era el muchacho inestable, díscolo y atormentando, por la muerte temprana de sus padres. Estaba aprendiendo a afrontar por sí solo la realidad y en esa dirección lo habían orientado tanto sus tíos don Feliciano, Carlos y Pedro Palacios como demás tutores y maestros. También fue beneficioso para su formación los dos años que pasó en las Milicias de Aragua donde se hizo cadete a los 14 años de edad y después Alférez.
            Bolívar viajó por primera vez el 19 de enero de 1799. Su destino era España. El barco a bordo del cual viajaba debía antes hacer escala en La Habana, pero dado que este puerto se hallaba bloqueado por cincos navíos y once fragatas inglesas, desvió su ruta hasta Veracruz, donde llegó el 2 de febrero después de 14 días de navegación. En este puerto se entera de un barco que sale para Maracaibo y en el mismo envía su primera carta desde el exterior, dirigida a su tío don Pedro Palacios y Sojo. En esta carta habla de lo feliz que se siente y de las incidencias de la navegación.
            Asimismo del costo del viaje que fue de 400 pesos y los cuales debían reintegrarse al acreedor Pedro Miguel de Echeverría. Envía manifestaciones de afecto a sus hermanos, en particular a Juan Vicente, a quien espera en España, y a su amigo Manuel de Matos.
            Bolívar aprovecha su estada en Veracruz para conocer la Ciudad de México. Lo hace en coche tirado por caballos y permanece allí ocho días como huésped de un magistrado, sobrino del Obispo de Caracas.
            Mientras permaneció en Veracruz, puerto del Golfo mexicano, vivió en la casa de don Donato de Austrea. El barco donde viajaba el adolescente Bolívar reanudó la navegación con destino a España en la tarde del 20 de marzo de 1899.

jueves, 29 de marzo de 2012

EL GRAN AMOR DE BOLÍVAR

Cristalizó en matrimonio, pero duró muy poco

            María Teresa fue el gran amor de Bolívar.  La conoció durante su primera estada en España cuando ella tenía 18 y él 17 años. María Teresa era nativa y vivía en Madrid en la casa de sus padres Bernardo Rodríguez del Toro Ascanio, caraqueño y Benita de Alaiza y Medrano, de Valladolid.
            Fue en esa casa, visitando al padre que era su pariente, donde Bolívar, que venía de Bilbao, la vio y se enamoró de ella. A partir de entonces comenzó un romance que a los dos años cristalizó en matrimonio. Bolívar no tenía edad para pedir la mano de su novia, de manera que desde Caracas y a requerimiento suyo, lo hizo su tío don Carlos Palacios y Sojo a través del marqués de Uztáriz, quien era su tutor en España. Don Carlos era el tío más querido de Bolívar y el que más sabía de sus cosas.
            Bolívar quería casarse temprano porque realmente estaba enamorado o como bien le escribió a su tío: “apasionado de una señorita de las más bellas circunstancias y recomendables prendas”. Le apremiaba la alianza matrimonial también porque íntimamente se sentía sólo, toda vez que desde corta edad perdió a sus padres. Podía hacerlo, además, porque disponía de un cuantioso mayorazgo y necesitaba un heredero para su fortuna y que sirviera de apoyo a sus hermanos y tíos.
            Bolívar se casó por poder el 26 de mayo de 1802 y luego don Bernardo viajó de Madrid a Bilbao con su hija para ponerla en manos del esposo, quien inmediatamente viajo con ella a Venezuela y se residenció en la Hacienda de San Mateo en el Estado Aragua.
            Pero el matrimonio apenas duró ocho meses, pues María Teresa murió el 22 de enero de 1803, a los 22 años, víctima del paludismo.
            Apesadumbrado y desplomado por el dolor, Bolívar juró no casarse jamás. “Yo contemplaba a mi mujer como un ser divino. El cielo creyó que le pertenecía y me la arrebató porque no era criada para esta tierra”, escribía más tarde. Para él ya la vida parecía no tener objeto.
            Desolado y tratando de apaciguar su dolor, volvió a España y estuvo en Viena, Paris, y otras ciudades europeas, al encuentro de su antiguo maestro don Simón Rodríguez, quien le abrió los ojos para que no se echara a morir y le enseñó el camino que fue algo así como ponerlo a entrever  su destino. Un destino que estaba irremisiblemente ligado a la empresa fabulosa de libertar a su patria, más aun, a la América. Bolívar lo comprendió y empeñó su vida y fortuna por eso otro gran amor que fue la causa de la Libertad.
            Los restos de María Teresa del Toro y Alianza descansan en la capilla de la Santísima Trinidad de la Catedral de Caracas y la mansión de San Mateo, donde transcurrieron los meses de su vida conyugal, es hoy un Museo Histórico levantado sobre las ruinas que quedaron tras el heroísmo de Ricaurte, cuando éste, el 25 de marzo de 1814, para evitar que Boves se apoderase de la Hacienda, incendió un depósito de pólvora y voló con ella en mil pedazos.






EL GRAN JURAMENTO DE BOLÍVAR


Juro que no daré descanso a mi alma ni reposo a mi brazo hasta alcanzar la libertad de América


- Amigo, eres muy joven y rico además; sin embargo, veo que te sientes infeliz. La muerte temprana del amor te ha hecho perder el sentido sin reparar que tienes la posibilidad de encontrar otro amor, quizá en una empresa más noble, patriótica y humana.
            Al siguiente día Bolívar se repuso de sus males y decidió seguir los consejos del maestro, pero antes quiso seguir conociendo más y mejor a Europa. Estuvo en Londres, nuevamente en Lisboa, Madrid y otra vez en París, pero durante su viaje no hizo más que ahogar sus tormentos gastando el dinero en placeres fútiles y mundanos que merecían el desagrado de su maestro.
            En la ciudad del Sena se aplaca, se estabiliza y conviene con Don Simón un viaje de reflexión, a pie, por los Alpes, hasta Italia. Pasa por Milán, Venecia, Padua, Verona, Ferrara, Florencia y finalmente Roma. En una mañana de Sol sube al Aventino y en lo alto de ese monte de la antigua Roma, cerca del Tíber, divisa un nuevo destino. Logra encontrarse consigo mismo y jura. Jura solemnemente ante Dios, sus antepasados y su maestro que no descansará su alma ni dará reposo a su brazo hasta alcanzar la libertad de América.

Y BOLIVAR CUMPLIO SU JURAMENTO



Lo cumplió a sangre y fuego  y se lleno de gloria

            Después de aquel día de mayo lleno de sol en el Monte Aventino, Bolívar renunció para siempre a la vida frívola y retornó a su patria.
            Era el año 1897. Atrás había quedado una Europa amenazada por la ambición imperialista de Napoleón Bonaparte. España, mandada por el Rey Carlos IV, no escapó al desbordamiento bonapartista y la dueña y señora de las Indias occidentales sintió que el mundo se le desmoronaba a sus pies.
            A pesar de la distancia, América se puso al tanto de la invasión napoleónica contra la Madre Patria y aceptó el acontecimiento sólo como una oportunidad circunstancial favorable a las ideas de igualdad e independencia que venía alentando por influencia de la Revolución francesa y la emancipación norteamericana. De manera que lo aprovechó, tímidamente al principio, y con gran determinación después.
            Venezuela, por su parte, abría las compuertas de su represada ideología revolucionaria, impulsada por una especie de partido o club político llamado ”Sociedad Patriótica”,  dirigido entre otros, por Cristóbal Mendoza, Miranda, Bolívar, Vicente Salías, Juan Germán Roscio, y la cual enarboló la bandera de la independencia hasta ser proclamada el 5 de julio de 1811 por el Congreso formado con representantes de las provincias adheridas al movimiento revolucionario. Pero, materializar la soberanía no fue  cosa fácil, pues eran más de 300 años de raíces hispanas en el continente lo cual suponía cavar muy profundo para erradicar los conceptos tradicionales del colonialismo y los privilegios de clases.
            La lucha fue ardua y tenaz. El país desgarrado sangraba por los cuatros costados y nadie detenía la sangre de la guerra que parecía no tener fin.
            España, que pudo resistir hasta ver derrumbado a Napoleón, normalizó su reino y envió 15 mil soldados para reforzar a los realistas en Colombia y Venezuela, pero ya el pueblo había perdido el temor, había  tomado plena conciencia de su lucha y era indetenible. España fracasó en la empresa de pacificación y retención de sus colonias, y América, desde el norte hasta el sur, pudo reafirmar su soberanía bajo la conducción genial de Simón Bolívar, quien para gloria suya y orgullo de su maestro cumplió su juramento de no dar descanso a su brazo ni a su alma hasta ver rotas las cadenas que oprimían al pueblo   americano y lo inhabilitaban para el ejercicio de su soberanía.

miércoles, 28 de marzo de 2012

PARENTESCO DE BOLIVAR Y SUCRE


Fue comprobado siguiendo la descendencia del Capitán Francisco Infante

Antonio José de Sucre, el  Gran Mariscal de Ayacucho, era hijo de Vicente de Sucre y Urbaneja y de Doña María Manuela de Alcalá.
Su padre, nacido en Cumaná el 23 de julio de 1761, fue comandante de los Nobles Húsares de Fernándo VII y uno de los primeros realistas en desertar y unirse al movimiento de independencia.
En 1802, cuando apenas tenía siete años, Antonio José de Sucre perdió a su madre, dama muy piadosa que con sus propios recursos fundó la primera escuela primaria de Cumaná. Dos años después su padre Vicente se casó con Narcisa Márquez de Alcalá, prima de su esposa muerta.
Debido a esta circunstancia el niño Antonio José se fue a vivir con su tío José Manuel de Sucre, quien fue secretario de Mariño el 1813.
Los padres de Sucre tuvieron otros seis hijos: José María, María Josefa, Aguasanta, José Gerónimo, José Vicente y Pedro José, casi  todos muertos trágicamente durante los primeros años de la guerra de independencia. Su padre tendrá dos hijos más en su segunda esposa.
Los padres del Mariscal de Ayacucho descendían de pudientes familias flamencas y españolas y estaban política y socialmente muy arraigados en la provincia de la Nueva Andalucía.
De acuerdo con investigaciones acerca de los conquistadores y fundadores de Caracas y siguiendo la descendencia del Capitán Francisco Infante, el historiador Luis Alberto Sucre comprobó la existencia de un parentesco entre Sucre y Bolívar.
El libertador  Simón Bolívar desciende  del tronco conformado por el matrimonio Francisco Infante, el Mozo, con Francisca de Ponte y Paz, mientras que el Mariscal Sucre desciende de ese otro tronco conformado por Francisca Rojas, hermana de Francisco Infante, padre de Infante el Mozo, en matrimonio con Andrés Vásquez Bocanegra.
Bolívar era 12 años mayor que Sucre y cuando se conocieron por primera vez (1813) en la Victoria, ninguno de los dos sabía nada de su parentesco. Tenía Sucre entonces 20 años y peleaba al lado del General Santiago Mariño, Libertador de Oriente.
Bolívar y Sucre se hacen grandes amigos guerreros muy leales y unidos, al calor de los sucesos de la Tercera República que firmemente se inicia con la Campaña de Guayana en 1817. En  este año llegó Sucre a Angostura para ponerse a las órdenes del Libertador y asumir el comando del Bajo Orinoco. Antes había vivido la increíble peripecia de alcanzar a nado la costa de Venezuela, tras naufragar la piragua que siguiendo la expedición de los Cayos lo traía desde la Isla de Trinidad. En esa ocasión todos los ocupantes de la frágil embarcación perecieron ahogados, menos el joven José Antonio, quien logró asirse a un baúl hasta alcanzar la costa de Guiria todo desfallecido y hambriento. 
 

EL COCHINO

El humorista Aquiles Nazoa sintió afecto y admiración por este miembro de los suidos

El poeta y humorista Aquiles Nazoa sintió siempre desde su infancia, una muy  tierna y conmovedora curiosidad por los animales de nuestra doméstica zoología criolla, pero muy especialmente por el cochino, tal vez porque cuando su papá lo llevaba de paseo por el campo, montado atrás en una bicicleta, su presencia lo excitaba viéndolo pasar de un lado a otro, revolcándose en el pantano o descuartizado sobre una mesa.
            Entonces Aquiles pensaba en muchas cosas y se preguntaba, por ejemplo, por qué otro paquidermo, el elefante, siendo tan grande, tenía solo dos nombre –elefante y paquidermo-, mientras que el cochino, tan pequeño, lo identificaban además, como lechón, marrano, chancho, puerco, cerdo y sabe Dios que otros nombres más.
Para Aquiles, el cerdo era, si se quiere, bonito y un buen animal, sólo que vivía y parecía gustarle el pantano. Por eso al escribir sobre los defectos de algunos animales decía: “Qué bello fuera el marrano, si renunciara al pantano”.
            Pero el cochino puede renunciar al pantano, aunque obligado.  Depende de quien lo cuida y, por supuesto, quien lo cuida sabe porqué lo hace y no precisamente para salvarlo del toletazo.
            Aquiles solía ir a los barriales donde algún cochino solía solazarse y entablaba amena conversación con el marrano.  Le daba los buenos días.  Cochino, ¿cómo estás?  ¿Qué me cuentas cochino?  ¿Qué novedad hay?  Y el cochino, sin gruñir ni roncar, aceptaba conversar y lo primero que hacía era lamentarse de los chistes que hacían con su nombre, pero Aquiles lo admiraba no obstante eso y a pesar de su trompa parecida a un disfraz.  A pesar también de su aspecto tan poco intelectual y el absurdo moñito que le cuelga de atrás. Reconocía que tenía virtudes admirables como su sinceridad, pues no le ocultaba a nadie su condición social de cochino de barrial que no engaña ni se deja engañar, que vive en paz sabiendo  que mientras sea cochino y nada más, del palo cochinero nadie lo  salva, ni siquiera en una fábula que el propio humorista contaba, según la cual, ahogándose una vez en un pantano se encontraba un marrano; y al verlo un cochinero le dijo: “No se ahogue, compañero; yo lo voy a salvar, dame la mano”.  Y una vez que al cochino salvó del pantanero, siguiendo luego juntos el camino, lo llevo derechito al matadero...

MARTIRES Y HEROINAS VENEZOLANAS


           
Son todas las que padecieron la larga y cruenta guerra de Independencia, pero entre ellas con mayor autenticidad las que asumieron posiciones extremas ante el enemigo

No sólo los hombres lucharon en la guerra de la emancipación venezolana.  También a su manera, pero con igual fervor patriótico, las mujeres, llegando muchas de ellas por su comportamiento y acción al martirio y al heroísmo.
            Absorbida plenamente por el proceso independentista, la mujer estuvo presente, alerta y activa en los momentos difíciles, sobresalientemente, las esposas, novias o amigas de los oficiales patriotas.  Contra ellas los realistas en armas no cesaron en descargar la furia de su impotencia.
            Jesefa Joaquina Sánchez, guaireña, esposa de José María España, sufrió privación de sus derechos.  Estuvo prisionera durante ocho años y confinada finalmente en un lugar distante de su suelo natal, por inducir al levantamiento de esclavos y negarse a delatar a su esposo que al final morirá colgado en la Plaza de Caracas.
            Eulalia Ramos Sánchez, erróneamente llamada Eulalia Buroz, nativa de Tacarigua de Mamporal, esposa del coronel Chamberlain, edecán de Bolívar, prefirió el suicidio y ser arrastrada a la cola de un caballo, antes que aceptar la propuesta de un oficial realista en la Casa Fuerte (1816), de salvarle la vida si decía ante el cuerpo fusilado de su marido:  “Viva España, mueran los patriotas”.
            Luisa Cáceres, caraqueña, esposa del general margariteño Juan Bautista Arismendi, presa en el Castillo de Santa Rosa, días antes de dar a luz, y expulsada a España tras negarse a delatar a su esposo.
Juana Ramírez, humilde mujer de Chaguaramas que se ganaba la vida lavando ropas, se puso a la cabeza de un grupo de mujeres de su temple  para curar las heridas de los caídos durante la Batalla de Maturín en 1813.  Al final cavó trincheras y disparó los cañones que abandonaron los artilleros muertos.
Teresa  Heredia, nacida en Villa de Ospino en 1787, costurera bella y  atractiva, presa y expulsada del país por servir de correo a los patriotas, pero antes el  gobernador  de Valencia, la desnudó, baño en miel, la emplumó y luego la hizo pasear por las calles de la ciudad.
            Ana María Campos, zuliana de los puertos de Altagracia, sucumbió bajo el látigo de un negro africano, mientras desnuda iba sobre un burro por las calles de la ciudad.  Fue el castigo que le impuso el capitán Francisco Tomás Morales, gobernador realista de Maracaibo, por permitir reuniones clandestinas de los patriotas en su casa y decirle en su propia cara al gobernante:  “Si Morales no capitula, monda”.  Es decir si no abandonas la ciudad de todas maneras estarás perdido.
            Cecilia Mujica, de San Felipe, El Fuerte, en 1813 fue colgada de la rama de un zunzun en el camino de Cocorote, por pertenecer junto con su prometido Henrique de Villalonga  a  un  Comité  Revolucionario.  Antes  de   morir envió  a  su  novio, también prisionero, una  madeja  de sus cabellos  y  el  anillo de  compromiso  con  este  mensaje:  “...te he devuelto esta joya, contrato de nuestras nupcias para que la conserves como el último recuerdo de la mujer que no tiene la fortuna de ir a tus brazos, pero sí la gloria de inmolarse por la libertad de nuestra patria”.
            Consuelo Fernández, nativa de Villa de Cura, murió a los 17 años abrazada junto con su anciano padre, bajo descarga de fusilería, por ser patriota activa y resistirse al matrimonio con un oficial realista de la plaza que había pedido su mano (1814).
Luisa Arrambide, guaireña, cortejada pro Bolívar, dio cabida en su casa a las tertulias de los patriotas e intelectuales caraqueños  que conspiraban contra el sistema colonial y ello le costo la humillación y la tortura.  En la que es Plaza Capuchinos de Caracas, fue desnudada y montada en lo alto de un cañón y flagelada con horrible sadismo.  Exiliada después murió  a los 28 años en Puerto Rico.
Josefa Camejo, falconiana, sobrina de Monseñor  Talavera y Garcés, Obispo de la Diócesis de Guayana, se puso al frente de 300 esclavos para intentar desalojar a los realistas de Coro y el 3 de marzo de 1821 le tocó leer el manifiesto que declaraba libre la Provincia de Falcón.
            María del Carmen Ramírez, trujillana, que puso a disposición de la causa de independencia todos sus bienes y fortuna.  En una de sus casas se reunió el Congreso del Rosario de Cúcuta una vez que dejó de funcionar en Angostura. Fue prisionera de los realistas en Bailadores y rescatada más tarde por un piquete de Caballería enviado por el Libertador desde Pamplona.

martes, 27 de marzo de 2012

LOS GIGANTES


Seres humanos inmensos que aparecen en cuentos, fábulas y leyendas

            La sabía naturaleza, dentro de los parámetros ecológicos que garantizan su equilibrio, concibió al ser racional que somos, físicamente semejantes unos a los otros en todas las naciones del mundo terráqueo, pero antiguamente, sin embargo, era casi general creer en la existencia de sociedades muy distintas físicamente, al menos, en complexión y talla.
            A medida que la luz del conocimiento se fue extendiendo hasta cubrir casi la totalidad del planeta, nos convencimos, sin embargo, de la difícil existencia de países habitados por gente físicamente superior o inferior en  estatura. Hay sí, y seguirán existiendo, seres unos centímetros, más o menos altos de lo común y corriente, y por vía aislada y de excepción, los descomunalmente altos como el famoso Roberto Madlow que medía dos metros y medio y los clásicos enanos como  el célebre Richebourg que con unos 60 centímetros de talla, prestó grandes servicios durante la Revolución Francesa.
            El hombre convencido ahora de que no hay pueblos de gigantes en la tierra, y posiblemente en ningún otro planeta de nuestro sistema, los busca en las estrellas de otras constelaciones. No se resigna. Sigue como genéticamente atado a las creencias de sus antepasados.
            El gigante asociado no solamente a la idea de la estatura sino de la fuerza, está presente en  los cuentos y leyendas de nuestros abuelos. En las escrituras sagradas y libros de los Reyes se habla por ejemplo de Sansón, gigante hebreo que derribó el templo donde lo tenían encerrado los filisteos; del gigante Golíat, muerto por David de una pedrada en la frente lanzada con su honda. La Mitología griega nos habla de los Titanes o gigantes que se rebelan contra los dioses y que tratando de escalar el cielo amontonando montañas unas sobre otras, fueron derribados por el dios supremo Zeús.
            Nuestra vecina Isla de Curazao se llamaba originalmente Isla de los Gigantes porque Américo Vespucio cuando viajó con Alonso de Ojeda dijo haber visto en ella mujeres como Pentesilea y hombres como Anteo “de tanta estatura que cualquiera de ellos era tan alto de rodillas como uno a pie”. El escritor irlandés Jonathan Swift, en su novela “Viajes de Gulliver” habla de un imaginario país de gigantes –Brodignag- a donde llega Gulliver, protagonista de la obra, y se convierte en juguete de seres herculianos que lo enjaulan y observan como cosa rara. La jaula luego es robada por un pájaro también gigante y arrojada al mar, logrando Gulliver ser recogido por un barco que lo devuelve a su país de origen.


LA PRIMERA FOTOGRAFIA


La inventó y tomó un francés que vivió y murió en la más completa pobreza

            Un patio envuelto en sombras con un palomar a la izquierda, un peral a la derecha y los efectos de una mañana clara y luminosa, vistos desde la ventana de una humilde casa de la Ciudad de Lille, quedaron impresos permanentemente en lo que sería la primera fotografía del mundo.
            De esta fotografía, cuyo original se conserva en Francia a pesar del tiempo transcurrido (1826), hay muchas copias mejoradas con técnicas muy perfeccionadas, pues el original no era el simple papel de nuestros días químicamente sensibilizado, sino una dura placa de peltre untada con betún de Judea.
            Quien la hizo, sin darse cuenta que inventaba un arte extraordinariamente lucrativo y espectacular, base del cine y la televisión, se llamaba N i c é p h o r e N i é p c e, quien increíblemente vivió y murió en la más deprimente pobreza.
            Dotado de una mente práctica y llena de ingenio, Nicéphore Niépce pasó su infancia y juventud inventando cosas junto con su hermano Claude.
            Después de fracasar comercialmente ambos en el invento de una máquina con la que lograban hacer marchar un bote por el río Sena, Niépce que no sabía dibujar, se dedicó sólo y por su cuenta a tratar de encontrar la manera de copiar dibujos con cámaras diseñadas por él mismo usando piedra, vidrio, metales y papeles que sensibilizaba con diversas mezclas químicas.
            En 1816 logró producir negativos con cloruro de plata. Luego consiguió invertir los tonos y hacer un fotograbado con una litografía del Papa Pío VII. Finalmente intentó por primera vez en la historia fotografiar la naturaleza con una cámara de cajón provista de lente, desde la ventana de su casa. El resultado no pudo ser más sorprenderte y lleno de placer. Niépce había capturado en una placa de peltre, sensibilizada con betún, imágenes precisas del patio de su habitación. Nacía en esta forma la edad de la fotografía que alteraría la manera de registrar la historia del hombre. Su hermano Claude, desde París, saludaba el descubrimiento “como uno de los más brillantes del siglo”. Pero, paradoja del destino, Niépce terminó sus días en la más lamentable miseria. Su mujer y su hijo Jacquez se vieron obligados a vender todo lo que les quedaba, para poder sobrevivir en la Francia de 1833.

CASCO URBANO DE CIUDAD BOLIVAR


 
Fue declarado Monumento Público Nacional en virtud de su gran frente de agua y peculiaridades topográficas,  históricas,  arquitectónicas y culturales


            Las ciudades como la cabeza de los bomberos, las patas de los caballos y las naves, también tienen su casco, es decir, su pie, cuerpo o armadura principal. Es la parte más dura, más sólida, más firme porque es la base. A partir del casco, la ciudad se extiende hasta fronteras que parecen tocar el horizonte.
            La capital del Estado Bolívar, Ciudad Bolívar, también tiene su casco, el cual lo formaron sobre prominencias rocosas que bordean la margen derecha del Orinoco en la zona más angosta del río. De aquí el nombre de Angostura que le dura desde  el 22 de mayo de 1764 que fue fundada por el Comandante don Joaquín Sabás Moreno de Mendoza.  En 1846 se le cambia el nombre por el de Bolívar, apellido del héroe que la emancipó de la realeza hispana y estableció en ella el Gobierno Supremo que hizo posible la independencia de Venezuela y de otros países de la América.
            Como se ve, el casco urbano de Angostura, hoy Ciudad Bolivar, tiene más de dos siglos y, a pesar de tanto tiempo y de lo rudimentario y frágil del material empleado en la construcción de sus primeras casas, se mantiene con toda la solemnidad airosa del pasado.
            Evidentemente que muchas casas han sido reforzadas con material y arquitectura moderna pero, en línea general, la fisonomía antigua predomina, especialmente en el llamado cuadrilátero histórico formado por la Plaza Bolivar, la Catedral, la  Casa Arzobispal, la Casa de la Cultura, la Casa donde estuvo preso  Manuel  Piar poco antes de ser ejecutado, la Casa donde se reunió el  Congreso de Angostura, la Casa de la Real Hacienda, la Casa de los Gobernadores de la Colonia, la Casa del General Ascensión Farreras, la Casa Parroquial, la Casa del Almirantazgo.
            Fuera del Cuadrilátero, pero siempre dentro del casco angostureño, están otras casas históricas y arquitectónicamente importantes como la del “Correo del Orinoco”, la del Morichal de San Isidro, que sirvió de residencia al Libertador, la Cárcel Vieja,  el Capitolio, el Cementerio Municipal y el Fortín del Cerro El Zamuro.
            Vale decir que elementos que han hecho de la arquitectura moderna un modo irreprimible de lucro consumaron algunos intentos por modificar el pasado histórico del viejo casco urbano de la ciudad, alterando su volumetría con edificaciones contrastadas, pero la reacción muy natural y legítima de la ciudadanía; preservadora de los valores históricos, artísticos y culturales de la capital, se hizo sentir y la Junta Nacional Conservadora y Protectora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación, la declaró Monumento Histórico Nacional, lo cual ha intenta poner fin a las alteraciones aberrantes de su arquitectura primigenia. 

lunes, 26 de marzo de 2012

LA PIEDRA DEL MEDIO





Monumento natural utilizado por los ribereños para medir las crecidas y reflujos del Orinoco

            Frente a Ciudad Bolívar, en la mitad del río, existe como emblema de la naturaleza geológica de la región, un islote rocoso  conocido como “La Piedra del Medio”.   A Humboldt, un botánico alemán que pasó por aquí después de Pedro Loefling, otro botánico estudioso de la zona, pero con suerte adversa, pues la muerte lo sorprendió tempranamente en las Misiones del Caroní, le llamó poderosamente la atención este peñón que los ribereños utilizaban para seguir los movimientos de subida y reflujo del río.
            Durante el estiaje, la Piedra adquiere en su parte inferior un color musgoso, de matiz variado en forma de franjas.  En  1873, la Memoria Estadística de Venezuela la identificó como un  “Orinocómetro” a semejanza del Nilómetro egipcio.  También era llamada  “Piedra del Arbolito” porque hasta 1885 estuvo allí un arbusto que talaron manos desconocidas.
            En marzo o abril, meses críticos del estiaje o periodo de aguas bajas, la Piedra del Medio ha medido 350 metros de largo de Este a Oeste por una anchura de 100. Desde ese nivel de las aguas hasta su parte más alta hay unos 17 metros aproximadamente.
            La profundidad regular en esta zona es de 40 metros bajo el nivel del mar y de 9 kilómetros por hora la fuerza de su corriente principal aunque se han determinado corrientes laterales que casi duplican esta velocidad en el período de aguas altas cuya máxima se registra casi siempre en el mes de agosto.
            Muy rara vez las aguas del Orinoco en su crecida han tapado la Piedra del Medio.  Crónicas de la ciudad señalan el 10 de agosto de 1892 como la fecha en que las aguas del río cubrieron por primera vez la Piedra. Más recientemente   el 4 de agosto de 1976 también quedó casi cubierta.
            En torno a ese islote negruzco que aflora en  medio del  río se han tejido leyendas que le atribuyen monstruos como el de las Rocas Erráticas descritas en la famosa Iliada de Homero que sepultaban a todo cuanto pasaba por ciertos y determinados puntos. Pero realmente no existen tales fenómenos sino una enorme fosa o depresión en forma de embudo que llega hasta 150 metros de profundidad por debajo del nivel del mar y dentro de la cual se puede caer por accidente para no salir jamás.

EL VALOR DE LA DUDA




Debemos dudar para dejar de dudar y se deja de dudar cuando se encuentra la verdad

            El verbo Dudar,  del latín dubitare,  es transitivo.  Suele emplearse para significar el estado de una persona que no está convencida de que una cosa es cierta.
            Me decía una niña de doce años que su maestra no veía bien que ella dudara algunas veces  y me preguntaba si acaso es malo dudar y le respondí que dudar por dudar no es bueno; en cambio, sí lo es cuando se pone en duda las cosas para constatar la verdad.
            Los científicos, los filósofos, antes de llegar a la certeza de lo que investigan, comienzan por dudar.  Renato Descartes, para poder escribir su Discurso del Método, importante obra de la historia de la filosofía, empezó por  poner en duda todo cuanto sabía. Decía él que  “Dudar es pensar y es ser. Estoy dudando, estoy pensando, luego soy”.
            Sócrates, un filósofo de Atenas que buscaba la verdad mediante el método de hacer preguntas, solía someter a la gente a la prueba de la duda. Buen ejemplo es su diálogo en la  antesala de un Tribunal cuando se encontró con Eutifrón que iba a acusar a su padre de ser responsable de la muerte de un colono.
            El colono había dado muerte a un esclavo y el padre de Eutifrón, indignado, le ató los pies y las manos y lo dejó en una zanja hasta que un mensajero fuera a Atenas a pedir consejos sobre lo que debía hacer. El mensajero se tardó, el padre de Eutifrón se descuidó y el colono murió de hambre y frío. Eutifrón, apegado a la doctrina de los dioses, consideraba que perseguir al malvado, fuese éste padre o madre, era acción virtuosa y santa y el no hacerlo, un acto impío. Se acogía al ejemplo de los dioses de la mitología griega, que encadenó a su propio padre Cromos por cometer injusticias. Sin embargo, Sócrates lo sometió a preguntas tan sabias y profundas sobre  el comportamiento de éstos y sobre lo que se consideraba justo o injusto que Eutifrón terminó por dudar de lo que hacía.
            De manera amigo lector, que dudar por dudar no es aconsejable, pero dudar cuando se busca la verdad es bueno y mientras se encuentra la verdad lo mejor es abstenerse de cualquier decisión. En otras palabras, se duda para dejar de dudar y se deja de dudar cuando se encuentra la verdad.

EL PRINCIPITO



Único habitante del planeta más pequeño del universo


            Los mayores, o gente de cierta edad, no logran por lo general entender o comprender  a los niños, y a esa incomprensión con la cual, por supuesto, tiene mucho que ver la sensibilidad humana, el amor y la amistad, se refiere en “El Principito”, obra de lectura para niños y adultos del escritor francés Antonie de Saint Exupery.
            Este libro es de una expresiva simbología y ternura poética, es el producto de una vivencia muy propia del autor, pues él también fue un niño decepcionado de la incomprensión.
A la edad de seis años cuenta el escritor que se empecinaba en pintar una boa que se había engullido un elefante, pero los mayores no veían en su dibujo más que la forma de un sombrero. Entonces hizo un dibujo de corte transversal para que la gente mayor, incapaz de penetrar las interioridades de las cosas, pudieran ver a simple vista el elefante dentro de la boa. Pero aún así los mayores veían desagradados su dibujo y le recomendaban no perder el tiempo y dedicarse a cosas más serias. Antonie o Antonio, afligido, abandonó la afición de pintar y aprendió a volar pájaros de hierro muy ruidosos, hasta que un día, por accidente, cayó en el desierto del Sahara, donde sorpresivamente un extraterrestre que no era otro que El Principito, único habitante del planeta más pequeño, tan pequeño que era apenas más grande que él, y estableció un divertido diálogo de varios días mientras trataba de reparar la avería en su pájaro de hierro.
            En esa increíble conversación, Antonio se encontró consigo mismo, es decir, con aquel niño que fue él y que parecía estar como en conflicto con su comportamiento, el de un adulto que tendía a hacer cosas sin mucha imaginación para gente de poca edad o dar repuestas indolentes y hasta si se quiere torpes como las que suelen ocurrírsele a los mayores.
            No tenía mucha ciencia o imaginación, por ejemplo, complacer al Principito pintándole un cordero tal cual como los mayores habían pretendido que él pintara la boa paladeándose un elefante, ni que respondiese así tan afirmativamente de que era imposible que un cordero pudiera comerse un baobab o responder que tenía que esperar qué sucediera en el horizonte para poder disfrutar una bella puesta de sol si uno la puede crear tantas veces como quiera en su planeta  interior, porque todos, como el Principito, tenemos nuestro propio territorio, nuestro pequeño mundo o asteroide si usted prefiere también llamarlo así, en el cual habitamos con toda nuestra pura y rica imaginación.   (AF)

domingo, 25 de marzo de 2012

LA AVENTURA DE ULISES



Ulises u Odiseo duró veinte años venciendo todos los avatares y confiado en la fidelidad a toda prueba de su bella Penélope

            Ulises fue un astuto y valeroso guerrero  de la Grecia antigua. Vivía como Príncipe de la Isla Itaca al lado de su esposa Penélope y Telémaco, su único hijo.
            Un día en que todos los Príncipes de los Estados griegos debían unirse para luchar al lado del Rey Agamenón cuya esposa, la bella Helena, había sido raptada por el hijo del Rey de Troya, Ulises se alistó con sus hombres y permaneció en guerra los diez años que duró el sitio de Troya (Asia Menor) antes de ser arrasada. Pero Ulises, en vez de tres semanas que tardaba el viaje, demoró otros diez años para regresar a su pequeña isla que era la más distante del archipiélago.
            Él, que por su inteligencia y astucia como por su valor indomable había sido el héroe más sobresaliente del sitio contra Troya, tardo tanto tiempo en el trayecto de regreso debido a una cadena de contratiempo e infortunios en la cual habrían estado implicadas las fuerzas del bien y del mal atribuidas por la creencia pública griega de entonces a los dioses de la mitología.
            El poeta Homero del siglo IX, y quien anduvo de pueblo en pueblo recitando la  fantástica aventura conocida universalmente como la Odisea, cuenta que el amor de Ulises por la patria y su familia fue sometida a una prueba tan dura que cualquier ser humano de su fortaleza espiritual y temple guerrero, no podía resistir.
             Las naves de Ulises perdieron muchas veces sus derroteros azotadas por las tempestades que las llevaron de una a otra parte hasta que una a una fueron quedando sepultadas en las profundidades del Océano con él como único sobreviviente.
            Entre las islas paradisiacas, algunas muy raras, espantosas, llenas de trampas y maleficios otras, que por azar encontró Ulises durante su regreso, se mencionan: la de los Ciclones, donde tuvo que pelear por un rico botín y ser derrotado; la de los Lotófagos, que ingerían y ofrecían la flor de loto para evaporarse en el olvido; la de los Cíclopes, habitada por seres salvajes de estatura y corpulencia colosales; la isla donde reinaba Eolo, dios de los vientos; la habitada por gigantes antropófagos que hundieron varias de sus naves y devoraron muchos de sus argonautas; la isla Eea, donde reinaba la maga Circe que lo retuvo durante un año halagándolo con las mayores delicias; la de las Sirenas, bellas mujeres con colas de pez que atraían a los navegantes con su canto para matarlos; las Rocas Erráticas habitadas por los monstruos Escila y Caribdis que se tragaban a todos cuantos por allí se aventuraran; la Isla de las Vacas del Sol que no se podían matar y comer sin que se cayera en la ruina total; la isla de la Diosa Calipso que con su dulzura y encanto lo retuvo durante ocho años, y la de los Feacios que fue como el umbral feliz de su retorno a Itaca. Aún en su propia isla el inexorable Ulises tuvo que armarse con su recio arco para vencer a los que aprovechando su ausencia de veinte años pretendían apoderarse de su reino y violentar la fidelidad de su bella esposa Penélope.

EL MUSEO VIAL

El Museo Vial, entre El Tigre y Soledad, se lo debemos al artista plástico Rafael Bogarín, pero ¿dónde está?  La delincuencia hizo de él su propio retrato

            Tenemos, muchachos, el único museo del mundo posible de penetrar y visitar a toda hora y estar en él sin límite de tiempo, y lo que es más sorprendente, recorrerlo a pie, en bicicleta, moto, a caballo, en automóvil, camión, gándola, autobús. Mirarlo si se quiere desde lo alto de un helicóptero y aún en la forma que se quiera, con lentes oscuros si el Sol estalla en nuestra frente o saboreando un delicioso helado con su leche condensada por dentro y su capita de chocolate por fuera.
            Figúrense ustedes un Museo así ¿Lo han visto? Si lo tenemos aquí mismo, muy cerca, entre Ciudad Bolívar y El Tigre. Lo imaginó Rafael Bogarín cuando siendo niño, su padre que es minero del Caroní, lo premiaba llevándolo de paseo desde su pueblo anzoatiguense hasta la empinada ciudad del Orinoco que Bogarín niño pintaba en su cuaderno escolar sobre un cerro que casi rozaba con el cielo.
            Era la década del 50 y a Ciudad Bolívar no se llegaba como ahora por el Puente Angostura sino por chalanas y lanchitas que se cruzaban con barcos vendiendo frutos en el puerto.
            Decíamos que Bogarín concibió, fantaseó o imaginó ese Museo, porque él, no obstante su mentalidad infantil, pensaba que la carretera era una recta demasiado larga, interminable, parecía que nunca llegaba al otro extremo y que a los costados de la misma no había sino un paisaje de sabanas monótono evaporándose bajo el Sol implacable del mediodía. De manera, que cuando se hizo hombre grabador y artista, decidió hacer realidad ese museo, un Museo Vial, para que todo el que por allí pasara se entretuviera con vallas y expresiones plásticas agradables a la imaginación y a la vista.
            Convocó a los artistas amigos en Venezuela y otros países y a todos les parecía fantástica la idea y un buen día del 82 se reunieron en El Tigre y cada uno pintó una valla y la colocó a ambas a orillas de la vía y se hizo  obra colectiva de todos un museo ambiental donde es posible encontrar tendencias varias dentro de estilos y técnicas modernas.
            Pero un museo así tan original corre  riesgos que constatamos cuando pasamos por allí y vemos cuadros rayados, desaparecidos, maltratados por la delincuencia y también por la misma intemperie. De aquí el nombre de “Museo Vial Renovable Rafael Bogarín” pues se puede renovar para que exista siempre, para que se eternice en el tiempo, renovarlo hasta que los seres humanos posean conciencia plena de que hay cosas que sólo deben percibirse y tocarse con los ojos.

JUAN RAMON JIMENEZ

Juan Ramón Jiménez tenía un burrito con el cual se aventuró en un drama sensiblemente poético
            Platero que era un burrito tierno, amoroso y suave como algodón, tenía sin embargo acero y plata al mismo tiempo. Por eso, cuando Juan Ramón Jiménez paseaba los domingos sobre él, los hombres del campo se lo quedaban mirando y le decían: “tiene acero”. Juan Ramón una vez soñó con enviarlo a la escuela para que aprendiese las letras, pero pensó en las burlas que podría acarrearle su presunta torpeza y prefirió desistir: “No, Platero, no, ven conmigo yo te enseñare las flores y las estrellas. Y no se reirán de ti como un niño torpe”.
            Tenía Juan Ramón la barba como un nazareno. Usaba sombrero pequeño y flux de color oscuro. Figúrese usted un señor con esa facha montado sobre un burrito.
            Para los niños gitanos no era más que la figura de un loco y “loco” le gritaban cuando Juan Ramón pasaba por sus calles en dirección hacia las viñas.
            El Sábado Santo cuando Juan Ramón iba sobre Platero a disfrutar la tradicional quema de Judas, su burrito se asustó de aquel monigote colgado y contra el cual la gente descargaba su escopeta que es como decir su rabia, pues imaginaba que aquel Judas además del traidor Iscariote representaba a cuanta gente detestable había en el pueblo.
            Rosas los ojos de Platero. Los ojos de platero son rosas. Lo dice Juan Ramón bajo una lluvia de rosas un día en que a la hora del Angelus todo era rosa. Después de aquel baño de rosas vino la desgracia. La verde púa de un naranjo se clavó en la ranilla del casco y lo puso a cojear. Juan Ramón se tiró al suelo para extraérsela y luego lo llevó al arroyo de los lirios amarillos y después al mar para que el agua le acariciase la herida.
            Cuando mueras, Platero, le dice Juan Ramón al verlo cojear, seré tu enterrador demasiado considerado y tierno. Te enterraré bajo aquel pino grande y redondo. No te lanzaré por un barranco para que te devoren los cuervos como hacen con los perros y gatos realengos. Bajo ese pino los niños jugarán cerca de ti, tejerán las niñas sentadas en sus silletas bajas, te cantarán los pájaros y oirás a las muchachas lavar bajo el naranjal, y, en fin, te divertirá el ruido de la noria. Serás feliz en tu paz eterna si mueres antes que yo, Platero.

sábado, 24 de marzo de 2012

DON QUIJOTE


La primera novela más importante escrita en lengua castellana



            El autor de la novela “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” es don Miguel de Cervantes Saavedra, un intelectual del siglo XVI que como el protagonista de su libro vivió intensamente un tiempo para él lleno de aventuras, miserias y contratiempos.
            Don Quijote, más que un personaje risible y humano, más que una novela síntesis de todas las novelas, es un símbolo de la dualidad del hombre idealista, muchas veces desbordado hasta la locura, y del hombre pragmático, realista.
            Simboliza un ideal de la justicia que secularmente ha reclamado la humanidad, pero en el libro el protagonista aparece bajo el velo estrafalario de la locura porque los locos son, generalmente algo extraordinario. De manera que para 1604 cuando fue publicada la novela de Cervantes parecía una locura o cosas de loco luchar contra un estado de cosas que chocaban contra los sentimientos cristianos.
            Pues bien, Cervantes hace del manchego   (Don Quijote era del pueblo de la Mancha) una triste figura que va por los pueblos protegiendo desvalidos, enderezando entuertos y administrando justicia.
            Para su empresa, propia de un caballero andante, Don Quijote se hizo acompañar de un labriego llamado Sancho Panza que no era tan soñador y lleno de fantasías como él, pero sí con mucho sentido común aunque con “poca sal en la mollera”
            Don Quijote iba siempre montado sobre su “Rocinante”, un caballo flaco y desmirriado, mientras que Sancho trotaba su burrito.





EL CACHICAMO



Este noble armadillo es responsable de la fama de Jacinto Convit, descubridor de la vacuna contra la lepra


            Hasta ahora se creía que el noble cachicamo sólo trabajaba para la lapa, pero el científico Venezolano Jacinto Convit descubrió que este desdentado mamífero roedor, tataradeudo del cuaternario Gliptodonte, acepta con pasividad generosa llegar hasta el sacrificio para favorecer la salud del hombre, no obstante que éste ha sido de costumbre su más obstinado depredador.
            Con una coraza de paciencia semejante a las armaduras de los antiguos guerreros, el Cachicamo que durante siglos ha ofrecido también su carne para completar la dieta de nuestros aborígenes y campesinos, se ofrece como “conejillo de indias” ser tubo de cultivo para los experimentos que se hacen con él para dar lugar a una prodigiosa vacuna contra la lepra, el terrible mal de Hansen que ha  marcado al hombre desde los tiempos bíblicos.
            Recordemos a Lázaro el hermano de María y de María Magdalena, resucitado por Jesús cuatro días después de morir a causa de la lepra, y más reciente, al poeta cumanés Cruz Salmerón Acosta muriendo en la playa de Manicuare, aislado del mundo, a causa del mal que hizo amarga y desolada su existencia como profundamente triste su canto azul.  El  azul que  lo consolaba de su hastío y de su soledad inmensa, el azul de la  cumbre lejana, la paz azul de la mañana, el azul del  cielo, el azul del mar, el azul de los paisajes abrileños, el azul de sus líricos ensueños y el azul de los ojos que nunca más contemplaron los suyos.
            La vacuna antileprosa descubierta por el doctor Jacinto Convit, gracia a la extraordinaria capacidad orgánica del armadillo o cachicamo apureño, para incubar el bacilo de Hansen, ha logrado mejorar a los enfermos e impedir el avance de este mal hasta que se convierta en un flagelo del pasado.