martes, 27 de marzo de 2012

LA PRIMERA FOTOGRAFIA


La inventó y tomó un francés que vivió y murió en la más completa pobreza

            Un patio envuelto en sombras con un palomar a la izquierda, un peral a la derecha y los efectos de una mañana clara y luminosa, vistos desde la ventana de una humilde casa de la Ciudad de Lille, quedaron impresos permanentemente en lo que sería la primera fotografía del mundo.
            De esta fotografía, cuyo original se conserva en Francia a pesar del tiempo transcurrido (1826), hay muchas copias mejoradas con técnicas muy perfeccionadas, pues el original no era el simple papel de nuestros días químicamente sensibilizado, sino una dura placa de peltre untada con betún de Judea.
            Quien la hizo, sin darse cuenta que inventaba un arte extraordinariamente lucrativo y espectacular, base del cine y la televisión, se llamaba N i c é p h o r e N i é p c e, quien increíblemente vivió y murió en la más deprimente pobreza.
            Dotado de una mente práctica y llena de ingenio, Nicéphore Niépce pasó su infancia y juventud inventando cosas junto con su hermano Claude.
            Después de fracasar comercialmente ambos en el invento de una máquina con la que lograban hacer marchar un bote por el río Sena, Niépce que no sabía dibujar, se dedicó sólo y por su cuenta a tratar de encontrar la manera de copiar dibujos con cámaras diseñadas por él mismo usando piedra, vidrio, metales y papeles que sensibilizaba con diversas mezclas químicas.
            En 1816 logró producir negativos con cloruro de plata. Luego consiguió invertir los tonos y hacer un fotograbado con una litografía del Papa Pío VII. Finalmente intentó por primera vez en la historia fotografiar la naturaleza con una cámara de cajón provista de lente, desde la ventana de su casa. El resultado no pudo ser más sorprenderte y lleno de placer. Niépce había capturado en una placa de peltre, sensibilizada con betún, imágenes precisas del patio de su habitación. Nacía en esta forma la edad de la fotografía que alteraría la manera de registrar la historia del hombre. Su hermano Claude, desde París, saludaba el descubrimiento “como uno de los más brillantes del siglo”. Pero, paradoja del destino, Niépce terminó sus días en la más lamentable miseria. Su mujer y su hijo Jacquez se vieron obligados a vender todo lo que les quedaba, para poder sobrevivir en la Francia de 1833.

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