sábado, 31 de marzo de 2012

EL PRINCIPE DE LAS TINIEBLAS



Drácula, personaje tenebroso de novelas y películas que emociona y asusta a los niños, existió de verdad.

            Se llamaba Vlad, Vlas III, príncipe nacido en 1431 y decapitado posiblemente por los turcos en 1476.
            Sus restos fueron hallados en un monasterio de la Isla Snagov, a 40 kilómetros de Bucarest, por el arqueólogo rumano Dinu Rosetti.
            El lugar, cubierto de árboles y lagos, con sus orillas ocultas por altos juncos, es llamado Isla del Miedo y en la misma se dice que nunca se ha oído el canto de los pájaros. Miles de turistas la visitan todos los años, pero tan pronto empieza a ocultarse el sol no queda ni un alma.
            A Drácula, que en húngaro quiere decir hijo del diablo, lo pintan como un hombre fornido, de aspecto cruel y terrible, con una nariz larga y recta, rostro afilado y rojizo en el que sus enormes ojos verdes estaban enmarcados por espesas cejas negras.
            Sus súbditos o gobernados no lo llamaban como él mismo se bautizó “Drácula” sino “Tepes” que significa “empalador” (torturador), dado que su sadismo consistía en empalar (ensartar en un palo) a quien lo contradecía. Se calculan en decenas de miles las personas empaladas durante su reinado en el principado de Velaquia, hoy parte del territorio fronterizo de Bulgaria.
            Algunas pertenencias halladas junto a los restos de Drácula como el anillo, la hebilla y la capa, fueron depositados y se exhibían en el museo Histórico de Budapest, pero poco después desaparecieron de manera misteriosa.
            Lo de que Drácula chupara sangre a la gente como vampiro, es puro cuento, fantasía novelesca, para simbolizar, seguramente, lo cruel y sanguinario que era este legendario señor “Príncipe de las tinieblas”.

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