lunes, 26 de marzo de 2012

EL PRINCIPITO



Único habitante del planeta más pequeño del universo


            Los mayores, o gente de cierta edad, no logran por lo general entender o comprender  a los niños, y a esa incomprensión con la cual, por supuesto, tiene mucho que ver la sensibilidad humana, el amor y la amistad, se refiere en “El Principito”, obra de lectura para niños y adultos del escritor francés Antonie de Saint Exupery.
            Este libro es de una expresiva simbología y ternura poética, es el producto de una vivencia muy propia del autor, pues él también fue un niño decepcionado de la incomprensión.
A la edad de seis años cuenta el escritor que se empecinaba en pintar una boa que se había engullido un elefante, pero los mayores no veían en su dibujo más que la forma de un sombrero. Entonces hizo un dibujo de corte transversal para que la gente mayor, incapaz de penetrar las interioridades de las cosas, pudieran ver a simple vista el elefante dentro de la boa. Pero aún así los mayores veían desagradados su dibujo y le recomendaban no perder el tiempo y dedicarse a cosas más serias. Antonie o Antonio, afligido, abandonó la afición de pintar y aprendió a volar pájaros de hierro muy ruidosos, hasta que un día, por accidente, cayó en el desierto del Sahara, donde sorpresivamente un extraterrestre que no era otro que El Principito, único habitante del planeta más pequeño, tan pequeño que era apenas más grande que él, y estableció un divertido diálogo de varios días mientras trataba de reparar la avería en su pájaro de hierro.
            En esa increíble conversación, Antonio se encontró consigo mismo, es decir, con aquel niño que fue él y que parecía estar como en conflicto con su comportamiento, el de un adulto que tendía a hacer cosas sin mucha imaginación para gente de poca edad o dar repuestas indolentes y hasta si se quiere torpes como las que suelen ocurrírsele a los mayores.
            No tenía mucha ciencia o imaginación, por ejemplo, complacer al Principito pintándole un cordero tal cual como los mayores habían pretendido que él pintara la boa paladeándose un elefante, ni que respondiese así tan afirmativamente de que era imposible que un cordero pudiera comerse un baobab o responder que tenía que esperar qué sucediera en el horizonte para poder disfrutar una bella puesta de sol si uno la puede crear tantas veces como quiera en su planeta  interior, porque todos, como el Principito, tenemos nuestro propio territorio, nuestro pequeño mundo o asteroide si usted prefiere también llamarlo así, en el cual habitamos con toda nuestra pura y rica imaginación.   (AF)

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