lunes, 2 de abril de 2012

LA NAVIDAD PERDIDA



(Diálogo  entre un pintoresco personaje de pueblo y el poeta hispano Rafael Albeti cuando niño)


            Federico era un hombre del pueblo, de mucha inspiración y aficionado a la bebida, que trabajaba en la bodega del papá de Rafael Alberti, un niño del Puerto de Santa María que después se hizo poeta.
            Cuando se acercaba la Nochebuena, Federico, con los ojos bien repiqueteados por los tragos, se aprestaba solícito para llevar a Alberti, y a sus hermanas Pepi, Milagros, y “Centella”, la perrita negra, hasta los bosques en busca del romero y el pino que luego habían de arborecer los montes y los valles empapelados de su fantasía.
            Aquellos bosques eran del duque de Medinacelli, como muchos palacios y casas, pero los niños lo ignoraban y preguntaban a Federico que todo lo sabía y no callaba nunca:


-Pues el duque de Medinacelli era un señor que él sólo con su espada, hizo así: ¡zas!, y  echó a todos los invasores de su patria.
-¿Y adónde los echó?
-A dónde iba a ser.   Al mar. Y el pino aquel tan grande que allí veis, pues, ¡zas! también lo cortó de un tajo. Y todas las cosas altas que veía las cortaba. Así fueron cayendo  las torres, las veletas, las chimeneas, los nidos de los pájaros...
-¿Y por qué no viene ahora con su espada a cortar otra vez ese pino?.
- Porque el rey no lo deja: lo tiene prisionero en su propio palacio.
-¿Tú conoces al duque?
-Ya lo creó. Hace más de cien años.
-¿Pues cuántos tienes tú, Federico?
-¿ Cuántos voy a tener, niños? Cincuenta y siete.
  De vueltas, ya en la casa, y después de cenar, se construía el Nacimiento. Federico estaba orgulloso de aquel Belén, donde todo era de su invención. No consentía ideas de nadie, ni de mayores y pequeños, enfadándose de verdad con aquellos que se atrevieran a dárselas. La ayuda de los niños la exigía tan sólo para el acarreo de los pastores y demás figurillas en el instante de irlos sacando de sus cajas; para la colocación de los árboles y matojos adonde Federico fuera indicando; para la distribución de la arena por los campos y los caminos.
            Y aquel teatro compuesto de papeles pegados con engrudo a una armazón de tablas; encrespado de serranías sobre las que una brocha sumida en blanco de cine hisopaba desde lejos la nieve; aquella escena donde unos diminutos personajes de barro representaban el misterio de la Natividad de Cristo; aquel Belén concebido por Federico, surgía, al fin, ante el asombro de los niños como una maravilla de gracia, como una delicada y finísima creación del genio popular.
            La madre de Alberti congeniaba mucho con Federico, pero Paca Moy, la sirvienta, le temía, porque quitándole el mantón y pintándose la cara con un corcho quemado la imitaba, haciendo reír a todos. Así con bigotes de tizne, sudoroso y siempre algo bebido, reintentaba e improvisaba Federico ante el Belén sus populares canciones de Navidad.

(Pasaje del libro “La Arboleda Perdida” adaptada por el autor para la revista infantil Uyapar de la CVG que dirigía Luisa Villaroel)




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